Angela Nicolas


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Dinámicas interpersonales e intrapersonales en sanidad. Reflexiones tras el prácticum.

Mi año de practicum ha sido un carrusel de emociones. Empezar las prácticas en un servicio quirúrgico después de haber pasado los últimos años más familiarizada con la consulta de psicoterapia que con la atención médica fue un shock bastante brusco. De tratar a una persona en toda sus dimensiones (o al menos trabajar activamente en ser consciente de las mismas) a llamar a las pacientes por su enfermedad, intervención o número de habitación.

De pronto, la relación con el paciente se había convertido en algo que sucedía entre cuestionarios,  cambios en la medicación, solicitudes de pruebas, papeles que rellenar y llamadas telefónicas. Listas de “cosas que hacer” dentro de listas de “cosas que hacer”. 

Joder, hasta mis “objetivos a cumplir” en el prácticum venían en forma de lista interminable, una miscelánea de cosas desde muy concretas hasta tremendamente vagas. La he guardado, porque el día que me jubile quiero ver si por fin he entendido de qué carajos hablaban los encargados de prácticum de mi facultad y, sobretodo, de si he logrado cumplir todos los objetivos. 

Salí de mi shock durante el rotatorio de psiquiatría. Tuve la suerte de hacerlo con una psicóloga que tenía consultas de 30 minutos. Durante dos semanas el paciente volvió a ser una persona a quien mirar a los ojos durante más de tres segundos, con emociones, relaciones. La complejidad de la vida otra vez en primer plano, y por detrás de la lista de enfermedades (reales o “codificadas” para poder recetar algo), medicamentos e informes de pruebas complementarias. Ya no era un TAC en la pantalla del ordenador ni un bulto que se quejaba cuando le metían el cistoscopio por el pene (con un poco de lubricante y el analgésico universal “Tranquilo bonico, que en seguida terminamos”TM) 

El papel de “estudiante en prácticas» es peculiar. Está mal definido, depende mucho del residente o adjunto en cada rotatorio, así como de la carga de trabajo y la voluntad de dedicarte un tiempo que no tienen (la mayoría de veces sin cobrar un duro). Además los rotatorios duran un mes aproximadamente, así que justo cuando empiezas a acostumbrarte a un sitio, a saber qué puedes hacer y con quién llega el momento de cambiar de servicio. Al mismo tiempo el estudiante tiene la oportunidad de ser un observador privilegiado de las dinámicas sociales en el hospital.

Cada día de este año he dado gracias de este “no saber exactamente qué hacer”. Por la oportunidad de formar parte del sistema, de interactuar con pacientes y familiares; de aprender de residentes, adjuntos, enfermeras, auxiliares y quien pasara por allá. De ser útil aunque fuera cambiando el tóner de la impresora, llevando un informe a fotocopiar o poniendo un papel limpio encima de la camilla, mientras el médico se pelea con el programa del hospital y la enfermera o auxiliar están apagando fuegos en otra parte. O escuchando las dudas de un familiar que te pilla por el pasillo cegado por la angustia.

Con frecuencia creí percibir que los pacientes querían un contacto más cercano y sentí el impulso proporcionárselo, dentro de los límites de mi rol. No se trataba de dedicarles (mucho) más tiempo, de llorar con ellos o de hacer terapia: simplemente de tener un trato más cercano. La “presión asistencial” me devolvía con frecuencia a la realidad: tú con tu batita blanca bien planchada al lado del médico y a seguir pasando planta, que hay muchos pacientes y el residente está saliente de guardia (y no ha librado porque no han sustituido al adjunto que se acaba de jubilar y además tiene un curso esta tarde).

Por muchos créditos de libre elección que te den en cursos de “habilidades clínicas para la comunicación” el mensaje durante los años clínicos es más o menos explícito, pero es el que es: “Acostúmbrate” (=al dolor). “Endurécete” (=no sientas lo que sientes). 

Prepararme sí, pero ¿endurecerme? Gracias, pero no. Endurecerse conlleva perder empatía y perder capacidad para emocionarse; perder profundidad emocional es perder capacidad de vivir. Creo que la labor del médico es “aprender a sostener” las emociones cuando uno se ve sobrepasado por ellas y/o “resensibilizarse” cuando, por el contrario, un tiende más bien a ser un cardo borriquero. El objetivo no es la  uniformidad ni la protocolización de algo que se presta tan poco al protocolo como las relaciones humanas. Pero nos ayudaría a ser más honestos en cada situación concreta, con nosotros mismos y con la persona que tengamos delante: paciente, familiar, u otro profesional.

El endurecimiento es la norma en los hospitales. El sistema no funcionaría sin él. Si todos hiciéramos por estar despiertos a la realidad de que lo que tenemos delante es otro ser humano ((incluyendo también al que nos mira desde el espejo por las mañanas) – ésta se transformaría inevitablemente. Sería imposible tener esas expectativas inhumanas sobre nosotros mismos y otros profesionales, las tensiones se reducirían considerablemente y los errores derivados de la falta de coordinación entre profesionales se minimizarían. Suena idealista, y lo es. Pero también suena necesario. El sistema no cambia si no cambian las personas.

Y es que lo importante son las personas. Personas con más conocimientos o menos conocimientos. Personas con mejores recursos y peores recursos.  Personas con más paciencia o menos paciencia; con más empatía o menos empatía. 

Personas más personas y personas menos personas. 

Yo quiero ser de las primeras.